Nuestra salud y nuestra enfermedad, (genética aparte), depende más aún en el ámbito músculo-esquelético de tres pilares:

• Equilibrio físico.
• Equilibrio nutricional.
• Equilibrio emocional.

Y en la capacidad que todos poseemos de mantener la homeostasis.

Esto me lo enseñaron el primer día de mis estudios universitarios y sin embargo la mayoría lo olvidamos; yo mismo durante demasiados años entregado a una medicina que relega estos conceptos a un segundo plano, una medicina moderna, especializada en lo tangible y ponderable, cegada por deslumbrantes avances tecnológico-médicos, que sin duda mejoran nuestra calidad de vida, pero que han dejado de lado el intento de entender al hombre en toda su dimensión como parte de la naturaleza de la que forma parte y ha dado la espalda a conocimientos obtenidos durante siglos; conocimientos que a menudo no son tangibles y tienen difícil demostración (¿se puede medir el miedo, la ira...?), conocimientos que son imprescindibles para entender cómo y por qué aparecen numerosas patologías músculo−esqueléticas.

Sin duda alguna podemos complementar la terapia manual a realizar a un paciente con dolor de espalda contemplando la posibilidad de que en muchas ocasiones este dolor no es más que la expresión de un problema nutricional y, más aún, de un problema emocional que se somatiza a través de nuestros órganos y vísceras en zonas determinadas según cada caso.

Es cierto que esta visión y esta forma de afrontar nuestras dolencias supone un camino “a contracorriente”, contra los intereses de empresas farmacéuticas, contra el inmovilismo y la rigidez de la medicina oficial, y contra la pereza de una población educada en la comodidad de los remedios inmediatos aunque a medio y largo plazo sean perjudiciales.

Pero esta forma de ver nuestras dolencias tiene la gran recompensa de ofrecer explicaciones y soluciones a pacientes desconcertados por el fracaso de la medicina “oficial” a la que otorgaban toda su fe.

Este camino que no tiene fin empieza por entender que nuestro cuerpo tiene unos códigos de comunicación y una lógica propia, que se expresa de una forma tan incómoda como sincera, tan tozuda como sutil; aprender a descifrar y entender estos códigos, supone empezar a conocernos a nosotros mismos para entender nuestro entorno y a los que nos rodean.